García Velutini: La importancia de hacer el bien
García Velutini, al ser invitado al evento de Constructores de Paz 2010 como orador para el cierre, se preguntó qué aporte podía dar a una reunión de expertos y conocedores. Y la razón que le vino a la mente fue su propia experiencia
García Velutini, al ser invitado a Constructores de Paz como orador para el cierre, se preguntó qué aporte podía dar a una reunión de expertos y conocedores. Y la razón que le vino a la mente fue su propia experiencia, terrible: estuvo casi un año secuestrado, desde febrero de 2009 a febrero de 2010. De allí partió su intervención.
Fue una experiencia que no incluyó sólo al secuestrado, sino a toda la familia, amigos y muchas otras personas. Todos de manera conjunta, espontánea y con la fe puesta en Dios logramos enfrentar ese momento, y creo que ahora vamos a seguir con mayor fuerza y convicción en la esperanza de que podemos lograr muchas cosas positivas de circunstancias que en momentos determinados de la vida vemos perdidas, en las que nos agobia el pesimismo.
Durante once meses estuve aislado físicamente de mi familia y amigos, no crucé palabra con ninguna persona, silencio total; no vi rostro humano alguno, sólo en muy pocas oportunidades personas totalmente encapuchadas entraron en el cuarto de aproximadamente dos metros por un metro donde me tenían recluido. Un espacio totalmente cerrado, carente de luz natural, con un ventilador, un extractor de aire y un calor que por las tardes se hacía sofocante; unas condiciones precarias de alimentación, aseo y vestido. Más detalles sobran.
Y lo más fuerte y humillante era sentirme mercancía de una violencia que se apodera de nuestro país y no conoce distingos de posiciones políticas o clases sociales. A todos nos llega, tarde o temprano.
Hace algunas semanas, en un programa de la radio Fe y Alegría, me decía un oyente: “A usted lo secuestraron porque es rico”. Contesté: “Es verdad”. A mí me secuestraron porque soy rico, pero el secuestro es una forma más de violencia. Al pobre lo roban para quitarle un par de zapatos ó asesinan a cualquier persona por un teléfono celular. La violencia se ha hecho presente en nuestra vida diaria y hemos perdido los valores. Hemos dejado de valorar a las personas.
En esas condiciones pedí a mis captores que me dieran una Biblia, a lo que accedieron, y a los pocos días me la entregaron.
Comencé a leer, empezando por los Evangelios, las cartas de los apóstoles, el Antiguo Testamento, y así la Palabra de Dios fue mi compañera durante muchas horas al día.
Aprendí, como dice Santa Cesárea, que “no hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del evangelio”. Aprendí que la respuesta a nuestras angustias, a nuestros sufrimientos −y la solución a nuestros problemas−, es allí donde podemos encontrarlas. Partiendo de una lectura sencilla, y con buena voluntad y disposición, todo lo que necesitamos para construir la paz se nos revela de manera clara y directa.
Cuando digo nosotros, me refiero a toda la sociedad, al trabajo colectivo y no de manera individual o egoísta, a la búsqueda de la solución de nuestros problemas. Porque más vale dar que recibir. Y también recordé que los seres humanos somos carne (materia) y espíritu y es “el espíritu el que da la vida”.
La paz es espiritual, no material. La paz comienza en nuestros corazones, dentro de nosotros mismos, allí, en nuestra espiritualidad.
Y para lograr esa paz, tenemos que empezar amando, tratando bien no a nuestros amigos, sino a nuestros enemigos, que es lo difícil. Tenemos nosotros, cada uno de ustedes, que hacer el bien, actuar sin esperar que nuestro vecino, el gobierno, ó la oposición decidan hacer por nosotros. Debemos tomar la iniciativa.
Si pensamos y actuamos de esta manera, rápidamente nos encontraremos con que el perdón que brota del corazón del hombre, se hará parte de nuestras vidas. Dos grandes ejemplos de esta forma de actuar son Gandhi cuando enseña “que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza”. El otro, Mandela. Muchos hemos visto la película Invictus y hemos observado cómo el perdón y la inclusión unieron a su país.
El primero, Gandhi, con su actitud, liberó a la India de la colonización del Imperio Británico; el segundo, Mandela, reconcilió e inició el camino de la paz en su país. Ambos líderes no hicieron más que aplicar la doctrina del Evangelio, comprendieron que un país dividido internamente va a la ruina; una ciudad o una casa dividida internamente no se mantiene en pié. Fácil se dice, pero requirieron de enorme valentía y de enorme fuerza espiritual.
Cuantas historias reales, de madres y de niños de nuestras escuelas de los barrios; historias de violencia terrible vemos cada día. Pero nos admiramos de la bondad que esas personas pueden albergar a pesar de lo que han sufrido. Esa es parte importante de nuestra enseñanza, me decía Luisa Pernalete. Esa valentía y fuerza espiritual, vemos entonces que no sólo se ve en los grandes líderes. La persona ordinaria, es también capaz de construir la paz. Nosotros, siendo personas somos capaces de construir la paz.
Pero el amor y el perdón son sólo el inicio. Tenemos que hacer, tenemos que actuar, no estamos aquí para ser servidos, sino para servir y trabajar por los demás. No debemos quedarnos tranquilos (o intranquilos), conformes (ó inconformes) en nuestras casas esperando que otras personas traigan la solución a nuestros problemas y la felicidad a nuestras vidas. Seremos felices, realmente, si sabiendo estas cosas, cumplimos, actuamos.
Debemos dejar de lamentarnos por lo que nos ocurre y dejar de culpar a los demás de nuestros males. Debemos pensar y trabajar en beneficio de nuestro vecino y también de quién no es nuestro vecino, a quién quizás, no conocemos, o que incluso pueda ser nuestro opositor. Lo importante es sentir lo que llevamos por dentro y trasmitirlo mediante la acción de cada día.
Podrán muchos argumentar, y no sin cierta razón, que es una utopía en una sociedad como la nuestra pensar de esta forma. Hoy pienso exactamente lo contrario: el único camino para llevarlo adelante es la educación de la Fe y el Evangelio a niños, niñas y jóvenes. Es aceptar a Dios en nuestros corazones y llevarlo al corazón de nuestros niños, niñas y jóvenes.
Quizás a nosotros, los adultos, se nos haga muy difícil este proceso, pero no por eso debemos dejar de intentarlo, porque “todo es posible para el que cree”. Porque una vez que cada uno se convierta, podrá fortalecer a sus hermanos.
Es en la educación donde debemos concentrar todo nuestro esfuerzo. Formando niñas, niños, jóvenes con valores cristianos y humanos es que lograremos romper el círculo nefasto de la violencia. Es una propuesta a largo plazo, un objetivo difícil de alcanzar, porque la educación, como bien expresa Antonio Pérez Esclarín, “es la suprema contribución al futuro de la humanidad puesto que tiene que contribuir a prevenir la violencia, la intolerancia, la pobreza, el egoísmo y la ignorancia”.
No permitamos que estos dos días de encuentro terminen con unas felicitaciones entre los asistentes, quizás con la impresión de algunos folletos bien empastados con lo dicho aquí, o unas notas de prensa. Hagamos de cada uno de nosotros un servidor de los demás.
Y quiero para finalizar volver a citar a Pérez Esclarín (Pechín): “Lo importante no es estar bien, sino hacer el bien, y eso nos lleva a sentirnos mejor. Es tiempo de ideales y de luchar. El triunfo es de los que perseveran. La vida puede ser una aventura emocionante”.
NOTA: En su charla, García Velutini hace varias referencias intertextualizadas al Evangelio. En su documento original, él las hizo constar. Aquí se han eliminado tales referencias para facilitar la lectura.
Sebastián de la Nuez