Los vecinos de Nueva Tacagua tienen quien los defienda
Foto: Santuario de las Mercedes
Migdalia Figuererdo, líder comunitaria de Nueva Tacagua, es un ejemplo de sensibilidad y servicio. Minerva Vitti nos hace un perfil de esta luchadora que aún espera por viviendas y reubicación para 1800 familias
Agencia Red de Acción Social – “¿Es o no es?” Interroga luego de cada respuesta. “¿Por qué?” “¿Cuándo?” Continúa. Nunca lleva reloj en la muñeca porque eso implica control, un control de su tiempo y ella sabe muy bien su horario. Todos los días se levanta a las 5am, ora, desayuna y cambia su ropa de dormir, como lo ha hecho en los últimos 20 años, por el uniforme de sargento segundo de la Policía Metropolitana. Sus días transcurren entre el trabajo y “las reuniones con periodistas, las idas al ministerio para ver si hicieron algo y formar peo en la Asamblea”. Su misión: Sacar a la gente de Nueva Tacagua, que día a día se cae a pedazos por la construcción en terrenos inestables y en constante deslizamientos. ¿Cuánto tiempo lleva en esto? Siete años y aún faltan 1800 familias por reubicar. Lo que no tiene en estatura, 1.50 metros, lo tiene en sentimiento, pensamiento y valores humanos arraigados.
Esta mujer de piel morena, cabello rizado con pollina, que veces se seca, altanera por naturaleza y que siempre tiene algo que decir, busca soluciones. Está inscrita en el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), pero esto no le impide realizar críticas: “Yo soy roja rojita pero no ciega cieguita”. Ha sufrido grandes pérdidas, pero su capacidad de resiliencia le ha permitido seguir adelante. ¿Qué es un líder comunitario? Y dice: “Una persona que hace una labor social sin fines de lucro con amor, dedicación, perseverancia, constancia. Una mujer o un hombre de fe apegado a una visión de futuro por un mismo fin, con una comunidad unida”. Así es Migdalia Figuererdo.
Cuando su madre llegó a Nueva Tacagua, debido a un deslizamiento en la Yaguara, ya la llevaba en el vientre. Eso fue en 1974, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez. La construcción de Nueva Tacagua la realizaba el Instituto Nacional de Vivienda (Inavi) y era una “solución”, por un lapso de tres meses, para personas damnificadas por lluvias. Sin embargo, se continuó la construcción de los consejos habitacionales y se hicieron casas rodantes, casas tipo crecedora (con plata banda), edificios. En 1988 empiezan los primeros movimientos del sector, y se realizan rebajas de 50% para que la gente pagara el inmueble completo, una oferta. En 1992 se formalizan contratos con los habitantes y se concreta la estafa: Casas vendidas y construidas en terrenos inestables. Ante esta situación Migdalia no puede permanecer quieta, son muchas vidas las que pueden perderse, entra al ruedo.
—¿Se considera una líder en su comunidad?
—Considero que todos somos lideres en nuestras casas y en nuestro país, con rasgos distintos y políticas distintas.
—¿Quiénes la acompañan en la lucha?
—Empecé solita con unas diez personas. Sin saber nada. Me fui terraza por terraza de Nueva Tacagua a hablar con la gente; alquilábamos carros y nos íbamos a las urbanizaciones a ver los desarrollos. Ahora existen coordinadores por terraza y el apoyo de la comunidad. También están pendientes el Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo y aunque peleamos, el mismo Inavi, termina dando respuestas.
—¿Qué influencia ha tenido esta labor?
—Muy positiva. Se han hecho marchas hasta la asamblea nacional (1000 personas), hacia la presidencia de la familia (1600 personas), vicepresidencia (300 personas), Inavi. La última fue al Ministerio de Hábitat y Vivienda, a cada uno le he dado su regalito.
Nueva Tacagua se divide en dos sectores, AB y C. El que está en peores condiciones es el AB. En cada sector hay varias terrazas que tienen bloques o barracas. En el sector C no hay barracas sino bloques. La decoración de está urbanización convertida en barrio es la basura, que está por todos lados. Entre julio del año pasado y lo que va de 2009 han fallecido cinco habitantes del sector: tres niños por infecciones, uno por picada de culebra y un señor por depresión.
—Usted dice que el Inavi les da respuesta, ¿cómo están esas relaciones actualmente?
—Justo ahora están en cero porque ni entramos ni salimos, no hay nada.
—¿Qué han hecho los diferentes ministros?
—De los cuatro ministros que han pasado en los últimos años por el Ministerio de Habitat y Vivienda, Julio Montes, Luis Figueroa, Isaac Jorge Pérez Prada y Farruco Sesto, el más preocupado ha sido Figueroa, con el se compartió mucho y eso que a ese carajo si le hicimos vainas… Le trancamos calles, protestamos, pero el trabajo fue bueno. Ese hombre durmió cuatro días acá, comió arepa con sardina… Pero como estaba agarrando popularidad política lo sacaron, porque es una debilidad para el Estado un hombre como ese. Ese carajo si que dio vale.
—¿Cuáles han sido las soluciones?
—La primera reubicación contó con el otorgamiento de 342 viviendas hacia los Valles del Tuy, Ocumare Yare I y II e indemnizaciones en montos de Bs.F 10 y 14. En la gerencia del ministro Julio Montes dieron 365 viviendas, en la de Luis Figueroa 565, en menos de tres meses, y además dejó proyectos pagos en 50% para la comunidad. Isaac Jorge Perez Prado, le dio una solución de 320 y terminó de pagar algunos de los desarrollos que habían quedado pendientes. Farruco Sesto, que con farruco se quedo porque con sesto no hizo nada, mandó 96 soluciones.
Hace más de 15 años se detectaron las irregularidades topográficas en el terreno. Según el artículo “Derecho a una vivienda adecuada”, publicado en Provea, cuando la situación se hizo dramática y empezaron a derrumbarse las viviendas, el Estado decidió que había que desalojar a más de 3.000 familias afectadas.
En 1999, el presidente Hugo Chávez, en un acto simbólico, ordenó implosionar dos de los edificios afectados y prometió que en un año las familias tendrían viviendas dignas. En ese momento vivían allí 3377 familias, hoy quedan 1800. Sin embargo, las familias que han sido reubicadas tienen nuevos problemas por fallas en sus nuevas casas. Filtraciones, grietas, falta de luz directa, agua no potable, invasiones, fallas geológicas, son algunas de las deficiencias que presentan estos hogares. Nuevamente se pone en peligro la vida de estas personas.
—¿Qué cree que tiene que suceder para que las autoridades se den cuenta de lo que ocurre en Nueva Tacagua?
—Ellos tienen que ir a vivir un año en el barrio. No tienen apego porque no han sufrido las necesidades del otro, hay mala administración y gerencia. Nosotros tenemos que hacer movilización política para que ellos ejecuten lo pendiente. Realizan esas construcciones como si fueran casas para pobres, resuelven un derecho pero de forma momentánea, no lo hacen con amor por el otro, con apego, con sentido de pertenencia.
—¿Y se está organizando algo para recordar esa deuda que tienen con la comunidad?
—En principio hay que darle prioridad a las terrazas más afectadas, las personas discapacitadas y de extrema necesidad. Las que están en alto riesgo. Hay nuevas propuestas para esas personas y presión a través de prensa.
—¿No se siente cansada?
—Es difícil. Unos reconocen mi trabajo, otros me critican. Justo ahora estoy superando la muerte de cuatro familiares, no es sencillo, pero hay algo que me dice cálmate, descansa, como que mi corazón me hablara.
De sus primeros años en el sector esta tacagüera recuerda que desde los 12 años empezó a incluirse en los programas culturales. También evoca a varios sacerdotes de distintos países que se instalaron en la zona y que le enseñaron cómo era una oración y cómo reclamar sus derechos. Ahora tiene 36, dos hijos Yengri y Carlos, de 21 y 18, y muchos cursos realizados que le han permitido impulsar proyectos que buscan cambiar la calidad de vida de sus vecinos. Hija de una enfermera y un policía que se conocieron cuando una curaba al otro de una herida en la mandíbula, producto de su labor, ha sabido darle sentido a su vida a través del servicio, con todos los sacrificios que pueda incluir esta elección. Ha trabajado sin un consejo comunal, porque nuevamente, como el reloj, implica control en la comunidad: “Es más fácil brindar un café que mil cafés”.En cada protesta, en cada reunión ejercita el don de la paciencia, “porque de aquí no nos vamos a mover hasta que no tengamos respuesta”. Esta amante de los libros de Paulo Coehlo ha tenido ganancias y pérdidas, incluso la de Cheito, un loro que según ella sólo sabía decir: “Chávez dame una casa para Tacagua”, y que murió hace un mes porque no aguantó tanta presión, reír para no llorar. Siete años y aún faltan 1800 familias por reubicar. Nueva Tacagua se está hundiendo y con ella sus habitantes. “Soluciones, queremos soluciones, no me voy de aquí hasta que salgan, por lo menos, las 273 familias que están peor. ¿Es o no es?”
Minerva Vitti