Libro: Echar la suerte con los pobres de la tierra
Un libro de Pedro Trigo sobre la opción por los pobres y los retos de la cristiandad en el mundo contemporáneo.
Propuesta para un tratamiento sistemático y situado.
Pedro Trigo, S.J. 2015
Centro Gumilla.
Como una llamada enérgica y tierna, dolorosa y luminosa a la vez, en suma, profética, Pedro Trigo nos entrega este libro en la “coyuntura agónica” en la que estamos inmersos y que parece el inicio de un colapso civilizatorio. Se trata de una poderosa interpelación a todos los seres humanos pero de manera específica a los cristianos y a la institución eclesiástica a responder con fidelidad a Dios Padre que con entrañas de Madre se hizo hermano de todos en Jesús pobre. Diversas formas de “idolatrías” quiebran cada vez más la fraternidad poniendo en juego la vida y la dignidad de la humanidad, y no hay otra salida que “echar la suerte con los pobres de la tierra”, no como un imperativo ético, sino como una respuesta amorosa de fe que parte de una “libertad liberada”
El libro va fundamentando su propuesta desde un enfoque teológico que se arraiga en la realidad contemporánea. En un inicio plantea la conceptualización del término “pobres” en el contexto actual, el de una figura histórica que se caracteriza por instituciones y políticas económicas y sociales que concentran cada vez más la riqueza y por lo mismo generan cada vez más pobreza y exclusión.
El concepto es polisémico, la autopercepción y la heteropercepción dependen de contextos. Se trata de los que del lado obscuro de la historia, la nutren, la cargan y la sufren. No se trata “sólo del que no tiene sino del que no tiene cómo tener”, porque el sistema se lo impide. También del discriminado por su etnia o por su género. El autor, desde el inicio, afirma con contundencia y fundamenta con rigor, que la opción por los pobres es el núcleo del mensaje cristiano.
Pero no es un libro como cualquier otro respecto a este tema. Si algo hace Pedro Trigo es ir hilando fino en medio de las enormes complejidades que significa ese llamado a optar por los pobres. Se trata de ir, ahora como nunca, a contracorriente, porque la lógica dominante ha desembocado en un sentimiento generalizado de impotencia y de resignación. Hay un sentimiento de que “hagamos lo que hagamos nada va a cambiar, y el único perjudicado es uno”. “Si nos mantenemos en ese tono ambiental – señala- , somos reacios a dejarnos guiar por el evangelio y preferimos doctrinas y libros pietistas y prácticas de piedad” que evaden el compromiso serio, porque efectivamente es muy costoso.
La pobreza es, ante todo, una forma de relación. Es una relación social caracterizada por ser una forma de discriminación en la distribución material y en el reconocimiento simbólico, y que tiende a la deshumanización de pobres y ricos. Y la dignidad humana se arraiga en relaciones horizontales de reconocimiento recíproco. En el texto de Trigo aparecen los desafíos que enfrentamos para construir esa relación que él llama “horizontal, mutua, gratuita y humanizadora para ambas partes”. Construir ese tipo de relación supone importantes cambios de mentalidad, de estilo de vida y de identidad personal y social. Esto se dice rápido, pero se trata de transformaciones tan profundas que solamente acogiendo la fuerza del Espíritu parecen ser posibles.
El cambio de mentalidad, Trigo lo centra en la superación de la relación ilustrada, una relación que es vertical y unidireccional, la que considera que el pueblo no puede nada por sí mismo, y en la que la conciencia de las carencias es tan fuerte que no se ven los haberes y las potencialidades del pueblo. Pero no es solamente eso, es la actitud de integrar a la población a esa dinámica competitiva y depredadora, algo por demás imposible porque es precisamente esa dinámica la que genera la destrucción de territorios y comunidades, la pobreza y la exclusión.
Y entonces va analizando, con impecable lucidez, las diferentes formas de esa relación ilustrada que se establece para “ayudar a los pobres”, con frecuencia con las mejores intenciones. Analiza formas de voluntariados que “son meramente compensatorios y no rebasan el horizonte establecido”; disecciona la manera como la institución eclesiástica se orienta por “el pietismo descomprometido y un corporativismo que sólo admite a los pobres como destinatarios de la asistencia o la promoción, pero no como sujetos”; muestra cómo la relación ilustrada atropella la dignidad del pobre negándolo como sujeto cultural y cómo con ello refuerza las estructuras vigentes. Pero esa relación ilustrada ha tenido una vertiente liberal y una socialista. El autor problematiza también esta última en la que lo que importa es la causa y la militancia, minimizando o ignorando la relación interpersonalizada y personalizante con los pobres.
Pero no basta el cambio de mentalidad, optar por los pobres, afirma Trigo:
- es intentar desde ya, vivir una vida alternativa, sobria y gozosa a la vez, que busca apropiarse de los bienes civilizatorios de Occidente, pero que rechaza el fetichismo del mercado;
- que se involucra existencialmente con los pobres, pero que lucha contra esa pobreza que resulta de la injusticia establecida;
- que trata de hacer reales los derechos humanos y la democracia, pero dando el protagonismo a las culturas subordinadas.
Si la opción por los pobres exige cambiar de mentalidad y de estilo de vida, necesariamente lleva a problematizar las identidades sociales dominantes. El autor afirma que en América Latina existen seis culturas: las indígenas, la afrolatinoamericana, la campesina, la suburbana, la criolla tradicional y la occidental mundializada. Las cuatro primeras son subalternas y las dos últimas dominantes”. Trigo tiene claro que el discurso multiculturalista, lo que ha hecho actualmente, es refuncionalizar la diferencia en beneficio de la cultura dominante y del mercado, porque no sólo no se ha aceptado la relación horizontal con las diferentes culturas, sino que se han incrementado la discriminación y el racismo. Y el autor afirma “No aceptar la configuración multiétnica y pluricultural es hoy, en Nuestra América, negarse a optar por los pobres”.
Por lo tanto optar por los pobres, es decir, por la construcción de la fraternidad/sororidad humana – porque de eso se trata y ese es el horizonte evangélico de todo el texto – supone modificar identidades sociales e inevitablemente personales, porque una vida alternativa se construye con otros referentes simbólicos. Supone asumir tensiones dolorosas, porque no se trata de una “opción de clase” contra otra, se trata de una opción por todo el ser humano desde y con los pobres. Y esos trae consigo dificultades y persecución. Supone también “cultivar los armónicos de la convivialidad, lo simbólico, lo festivo, lo lúdico”, que en esta opción se reconfiguran y se densifican.
La asunción del pluriculturalismo le exige a la iglesia jerárquica el relativizar el paradigma civilizatorio que ha absolutizado, el occidental criollo, para reconocer el catolicismo de las culturas populares, para reconocer esa resistencia creativa contra la mercantilización de la vida cotidiana que se expresa en las celebraciones del pueblo, para reconocer ahí la acción del Espíritu.
“Este reconocimiento no será posible mientras [la Iglesia] no relativice la propia versión cristiana y se la considere como una de tantas posibles”. Y es así, como Trigo nos invita, o más bien nos empuja, a ponernos en el discipulado de los pobres con espíritu, porque “los misterios del Reino han sido comunicados a la gente sencilla”.
Una de las categorías centrales del libro es, precisamente, la de “pobres con espíritu”, aquellos que son materialmente pobres pero que “son capaces de vivir con sabiduría y alegría en situaciones muy desgastantes y de dar de su pobreza, tanto su compañía, como su palabra y consejo, como ayudas concretas”. Para los que conocemos a Pedro Trigo, sabemos que habla aquí de su larga experiencia en la compartición de su vida y su trabajo en los barrios de Caracas. Y sin mencionarla, se hace visible su opción por los pobres, no como individuos, tampoco como categoría sociológica, sino como él dice: como “colectivo personalizado”, concepto luminoso para comprender el carácter interpersonal de la relación, pero sin separarla de las relaciones sociales y del colectivo de pertenencia de los pobres. Eso es superar la relación ilustrada en cualquiera de sus formas. Pero el autor alerta que la opción por los pobres incluye a todos, es decir a los mismos pobres a “los habitantes de los barrios como seres culturales y espirituales, que desde su cultura deben ante todo humanizar la pobreza y luego superarla en cuanto sea posible”.
“La opción por los pobres incide en lo más hondo del entramado social, es el único camino de humanización posible”, insiste Trigo de manera permanente.
¿ De qué manera caminar en esa dirección? Al inicio de esta reseña, decía yo que el desafío se antoja casi imposible de realizar sin una apertura y disponibilidad extremas a la acción del Espíritu. Tal vez para ello hay que desarrollar, como dice Trigo:
“la capacidad de hacer silencio del entorno vital para que aflore todo lo que llevamos dentro, hasta el misterio santo que nos habita y trasciende por inmanencia; pero, no menos con la capacidad de hacer silencio interior para colocarnos en una actitud perceptiva respecto a la realidad, de manera que posibilitemos que ésta se vaya manifestando en toda su polifonía, con sus llamadas a nuestra responsabilidad ….”
Tal vez por eso insiste en que “hay que entregar los Evangelios a los pobres”, no como una forma de adoctrinamiento sino precisamente al contrario, porque al contrastarlos con su propia experiencia nos van a revelar de dónde procede su capacidad para detectar el paso de Dios en la Historia.
En el tiempo actual, los recursos intelectuales, emocionales y espirituales que en el pasado nos permitieron, individual y colectivamente, enfrentar la vida, ya no nos sirven. Por eso Trigo nos aporta nuevas miradas, propone mayor entereza y sensibilidad, y honda confianza como elementos que nos ayuden a ir autentificando la opción por los pobres como exigencia del seguimiento de Jesús.
Imposible expresar en una reseña tan corta, la riqueza intelectual y humana del libro, la finura de sus análisis y propuestas, y sobre todo su importancia para el momento en que nos encontramos.
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera.