Libro: Constructores de paz
Fruto de los dos encuentros internacionales de constructores de paz, la pluma de Sebastián de la Nuez recogió historias de personas que nos enseñan su propia lucha y sus logros contagiosos
En las páginas de este libro nos encontraremos las historias de vida de hombres, mujeres y niños que ofrecen su testimonio y compromiso con la paz. Nos ofrecen su militancia, las causas que empuñan, los proyectos que sueñas y promueven. Vernos en ese espejo puede contagiarnos su potencial transformador. Estos hombres y mujeres aman la vida y han vencido el miedo. Se han atrevido a luchar desde la intemperie, se han unido a otros, trascienden las dificultades de la vida cotidiana porque creen y esperan.
Textos de Sebastián de la Nuez
Fotos: Mariana Yépez
Ilustraciones: Hugo Ramallo
Producción editorial: Lisbeth Mora
Fundación Centro Gumilla,
Caracas. Noviembre 2011
112pp
Índice
Esperanza tras las rejas
El mundo de Amelia
Cine desde la prisión
En las escuelas también se libran batallas
Tres líderes todoterreno: Luisa Pernalete · María Alicia Cepeda · Rosa Casale
Retrato de niños aireando dramas y sueños
Gloria Perdomo y su equipo tras las huellas de Camuñas
La experiencia de otros países
Ahora somos alguien (Cartoneros de Villa Itatí, Argentina)
Corazón cachaco (Cinep, Colombia)
Un programa para la asertividad (Programa de Competencia Social, España)
Dos mujeres y un destino
Mariluz y Katherine
Entre el desarraigo y la ilusión
Refugiada y a salvo
Por la comunidad
La culebra se mata con diálogo
Convertir al vecino en gestor comunitario
Foco en tres lugares
Entrevistas
Germán García-Velutini
Carlos Martin Beristain
Presentación
Rostros del compromiso
José Virtuoso
Grandes redes de rostros ocultos y organizaciones clandestinas desarrollan a gran escala una extensa diversidad de negocios ilícitos, cuyos principales rubros son: el tráfico y distribución de drogas, la venta de armas, el contrabando y el secuestro. Los grandes oferentes se vinculan con medianos y pequeños distribuidores, ampliándose de este modo los tentáculos de esta hiedra que llega a las comunidades de nuestros barrios y campos, a las escuelas y liceos, las cárceles y diversas instituciones de reclusión.
La situación de marginación y exclusión de una inmensa mayoría de nuestra sociedad encuentra en este mercado su modo de vida. La participación en el negocio ilícito ofrece una ventana de oportunidades a muchos que no hallan su lugar en el sistema educativo y en el mundo del trabajo lícito. La tenencia de armas garantiza la supervivencia y también el respeto y la valoración social, en medio de una convivencia caracterizada por el enfrentamiento, la desconfianza y la ausencia de garantías institucionales.
Los oferentes y consumidores de este gran mercado, que crece y avanza sin controles, va generando su propio mundo de vida, imponiendo sus pautas de comportamiento al conjunto social. Así por ejemplo, elmalandro se convierte en un personaje prototipo con su propio código de conducta, lenguaje y apariencia física; lo que se convierte a su vez en un boomerang que sirve muy bien a las prácticas de violación a los derechos de las personas, especialmente en los sectores populares.
Las instituciones del Estado, responsables de garantizar el derecho a la seguridad de los ciudadanos y resguardar sus propiedades, así como el imperio de la ley sobre todos, cohabita, bien sea en complicidad o en negligente permisividad, con este sombrío mercado. La complicidad se teje a través de múltiples puntos de intersección entre las instituciones del Estado y las redes del delito, comenzando entre altos funcionarios para distribuirse en cascada a lo largo de las jerarquías institucionales hasta sus niveles más inferiores.
La convivencia del Estado con el delito no se reduce a la complicidad de funcionarios con las redes responsables. Los poderes del Estado, al no crear y promover eficientemente las condiciones necesarias para que el derecho a la vida, a la integridad física, a la protección de la propiedad, al libre tránsito, entre otros, sean derechos efectivos, crea por omisión un ambiente de anarquía y desamparo que propicia la propagación del delito y de relaciones de violencia social.
Cada día se incrementa dramáticamente el índice de homicidios que coloca a Venezuela entre los países del mundo con mayor número de muertes por asesinato. En el año 2010 se registraron aproximadamente 18 mil asesinatos. Esa guerra permanente y cruel ha desatado una auténtica cultura de la muerte, que exalta el odio, la venganza y relativiza la vida humana despojándola de toda su dignidad. Desde allí se ha expandido una suerte de pandemia social que nos afecta a todos.
La construcción de la paz en la sociedad venezolana se ha convertido en una prioridad fundamental. Es condición para la estabilidad y el crecimiento, para que nuestros jóvenes se identifiquen con el país, para que todos soñemos con el futuro, para que la vida crezca y florezca, para salir del miedo y la desconfianza y avanzar hacia la solidaridad y la fraternidad.
Sólo una sociedad que ama la paz, que respeta la vida, que quiere ponerse bajo el imperio de la ley, tendrá la fuerza suficiente para exigir al gobierno el cumplimiento de sus deberes, y denunciar todo aquello que instrumentaliza a las personas en función de oscuros intereses. Necesitamos una profunda conversión personal y ciudadana, cambiar nuestros hábitos de convivencia, y respetar la vida del otro.
La paz es un derecho de todos. La necesitamos y anhelamos en Venezuela. La paz es el resultado del desarrollo y la justicia que crea solidaridad e inclusión real, que abre oportunidades para crecer como personas. Es también el resultado del orden legal que cuenta con el debido resguardo y control por parte del Estado y la sociedad. Es, igualmente, fruto del respeto al otro y de su dignidad y, en general, de una cultura que ama y protege la vida.
La paz debe expresarse en la convivencia y en una forma de resolver las diferencias de manera pacífica y respetuosa. Las soluciones a los problemas no pueden encontrase mediante la aniquilación, ni la exclusión de nadie, así como tampoco gracias a la aceptación forzada o sumisa de la voluntad del más poderoso, sea éste el Estado, una corporación privada, o cualquier otro actor social, político o económico.
En esta Venezuela violenta, excluyente y conflictiva, el anhelo de paz tiene rostros, historias de compromiso y mucho trabajo abnegado y silencioso. Son nuestros constructores de paz, hombres y mujeres que siembran la semilla de la dignidad, de la justicia, del desarrollo local, en un ambiente que cobra cada día más víctimas. Es un camino que se hace aproximándose al caído y olvidado, en diálogo y respeto, apostando por él, tratando de entender y comprender, enfrentando las causas y creando salidas a los problemas.
En las páginas de este bello libro que hoy se abren ante nosotros, nos encontraremos las historias de vida de hombres y mujeres que ofrecen su testimonio y compromiso con la paz. Nos ofrecen su militancia, las causas que empuñan, los proyectos que sueñan y promueven. Vernos en ese espejo puede contagiarnos su potencial transformador.
Estos hombres y mujeres aman la vida y han vencido el miedo, se han atrevido a luchar desde la intemperie, se han unido a otros, trascienden las dificultades de la vida cotidiana porque creen y esperan.
Son constructores porque van sabiendo unir piezas con habilidad y tenacidad para levantar la obra que llevan en el corazón, porque es a través de pequeños pasos que van logrando avanzar y edificar. Y sobre sus obras otros muchos se levantan, crecen, toman entre sus manos su propia vida y encuentran la senda perdida.