Querido Papa Francisco:
Desde este humilde rincón de la Iglesia que somos, Fe y Alegría Venezuela te
da las gracias. No con un discurso elaborado, sino con la genuina alegría de
quienes han reconocido en tus gestos y palabras un vivo reflejo del Jesús que
nos inspira. Porque tú no nos has hablado desde la altura, sino desde el mismo barro de la historia, donde la fe se encarna.
Gracias por mostrarnos que ser pueblo no es una mera teoría, sino un abrazo real. Cuando nos invitaste a «oler a oveja», comprendimos que la educación, la pastoral y la gestión solo cobran sentido si respiran el aire de la calle, el sudor de los niños que juegan y aprenden en nuestras escuelas, de los jóvenes y
adultos que se forman en nuestros centros educativos, la tenacidad de las comunidades que se organizan y
crecen. ¡Cuánto nos ayudó recordar que Dios no se encuentra en los libros, sino en el abrazo al migrante, en
la sonrisa del joven excluido, en la perseverancia de las mujeres que sostienen la vida!
Gracias por sacudir nuestras conciencias. Porque no te conformaste con una Iglesia convertida en museo, sino que nos impulsaste a ser —como bien dices— «una familia en salida». Nos duele reconocer que a veces nos acomodamos en nuestras prácticas y costumbres, pero tu insistencia en buscar a los descartados reavivó el fuego de nuestros orígenes: aquel que inspiró a nuestro fundador, José María Vélaz, a creer que la educación podía transformar el mundo. Hoy, al ver a nuestros maestros abrir aulas bajo los árboles o en barrios olvidados, sabemos que caminamos contigo —y con Jesús— en esta hermosa locura de amar hasta las últimas consecuencias.
¡Y cómo no agradecerte por Laudato Si’! Nos diste palabras para expresar lo que ya vivíamos: que educar es
también sembrar árboles, defender ríos y luchar por un mundo donde todo esté interconectado. En las
comunidades donde trabajamos, los niños ahora nos enseñan a reciclar, los jóvenes cultivan huertos y hasta
los abuelos hablan del «cuidado de la Casa Común» como un acto de amor. Algo impensable hace unos años…
¡y tú lo hiciste posible!
Cuando afirmaste que «prefiero una Iglesia accidentada que enferma», entendimos que nuestras
imperfecciones no son excusa para dejar de servir. En Fe y Alegría lo experimentamos a diario: escuelas con
techos deteriorados pero llenas de risas, maestros exhaustos que nunca pierden la fe, comunidades que
transforman duras realidades con la ternura del pan recién horneado. Tú nos diste el valor para no
avergonzarnos de nuestras heridas, sino para convertirlas en puentes.
Gracias también por tu revolución de la misericordia. Cuando lavaste los pies a esas mujeres en la cárcel, nos
conmoviste profundamente. En nuestras aulas, acogemos a jóvenes marcados por la violencia, a quienes el
mundo considera «casos perdidos». Tú nos mostraste que nadie queda excluido del abrazo de Dios.
¿Recuerdas cuando insististe en que la educación es un acto de esperanza? Esa idea la llevamos grabada en el ADN. Por eso, hoy nuestros jóvenes no solo aprenden matemáticas, sino también a leer el mundo con ojos
críticos y un corazón compasivo. Como aquel estudiante que, al ver cómo su río se secaba, movilizó a todo el
pueblo para reforestar. ¡Eso es Laudato Sí con las botas llenas de barro! Y es que nos enseñaste que la
ecología no se reduce a discursos, sino que se manifiesta en el huerto que cultivan en las escuelas, el agua
que defienden los indígenas, el reciclaje que organizan los niños. Por eso, reafirmamos nuestro compromiso
con una educación entendida como acto de amor, de esperanza y de profunda humanidad.
En este camino, con nuevos horizontes abriéndose ante nosotros, queremos agradecerte especialmente por
el reconocimiento y el lugar que has dado a la mujer, discípula, compañera y hermana dentro del pueblo de
Dios. Tu ejemplo nos inspira a valorar su voz y liderazgo en todos los ámbitos de nuestra misión. También te
agradecemos por insistirnos en el diálogo interreligioso, político, cultural y étnico, poniendo en el centro al
ser humano y todo lo que construye humanidad. Nos recuerdas que la fe se hace fecunda en el encuentro con
el otro, en la búsqueda conjunta de un mundo más justo y fraterno.
Sabemos que el camino que nos señalas —con tus viajes a fronteras dolorosas, tus llamados incómodos a los
poderosos, tu insistencia en escuchar a los jóvenes— no es fácil. Pero, como nos dijiste en el Sínodo: «Dios
ama la alegría de los jóvenes». Nosotros la vemos a diario: en los estudiantes que pintan murales por la paz,
en los maestros que caminan horas para llegar a una escuela rural, en las madres que transforman patios en
aulas. Queremos ser la Iglesia en salida que soñaste.
Pero, sobre todo, gracias por mostrarnos el rostro de Dios. En tu manera de lavar los pies a mujeres presas, de
abrazar a víctimas de abusos, de reír con los niños o de viajar en autobús como cualquier persona, nos
recordaste que el Evangelio es sencillez que desarma. Por eso hoy te decimos: hemos aprendido más de tus
gestos que de mil homilías.
A la comunicación cercana, sencilla, directa, abierta y franca también le diste un sello particular en tu modo
de ser y proceder. En la reciente jornada mundial de las comunicaciones nos pediste a los comunicadores
comprometidos en el mundo a ser valientes para proclamar la verdad del Evangelio. Nos exigiste más
capacidad de escucha, de acogida, de palabras más motivadoras, acompañantes y constructoras de la
esperanza que, como dijiste en el inicio del año del jubileo, no defrauda. Gracias por ese ímpetu.
Como movimiento de Educación Popular nacido en el corazón de la Iglesia latinoamericana, recordamos con
especial gratitud tus palabras a nuestra Federación en junio de 2019: “El futuro de Fe y Alegría está en su
mística de la inclusión y en la fuerza de sus juventudes.” Una frase sencilla y luminosa que seguimos
abrazando como horizonte y compromiso.
Con el Evangelio como fuente de nuestra fe, queremos reafirmarte que nuestro seguimiento será genuino y
fiel si acudimos a él discipularmente. Él es el centro de nuestra pastoral y espiritualidad. Como Fe y Alegría, te
prometemos seguir «armando lío» donde haya injusticia (con ese humor tuyo que tanto nos gusta). Porque, al
final, como nos enseñaste, lo importante no es tener respuestas perfectas, sino amar con las sandalias
embarradas. Creemos que otro mundo nace cuando alguien se atreve a amar sin reservas.
Por todo esto y más, hoy te decimos con humildad: ¡Gracias, Francisco! Por seguir siendo nuestro «viejo de la
sonrisa amplia», por recordarnos que el Evangelio se escribe con lápiz corto y corazón grande.
Fe y Alegría Venezuela