Los mitos e imaginarios en torno a los jesuitas. Nos encontramos en un periodo en que los complots y las conspiraciones se han puesto de moda. El nombramiento por primera vez de un papa jesuita ha suscitado las más inverosímiles conjeturas.
En el panorama venezolano habría que analizar la influencia de la obra El judío errante de Eugène Sue, las referencias al inquisidor jesuita en Los hermanos Karamazov de Dostoievsky y la difusión de los Protocolos, entre otras obras, que marcaron los estereotipos de los intelectuales, empresarios y políticos venezolanos, fuertemente influenciados por la cultura europea, y particularmente, francesa.
Este último contagio desplegado sobre todo en el siglo XVIII por jansenistas y volterianos impregnó el ambiente intelectual de los dos siglos posteriores y sigue inoculando su virus hasta las redes sociales de la actualidad.
Una exploración por Internet que hiciera Umberto Eco a principios del nuevo milenio y expuesta en su artículo “Los complots no existen, pero los hay”, da cuenta de algunos resultados: “El otro día di con un sitio, donde aparece un largo texto: «Le monde malade des jesuites, Revue Undercover 14″, de Joël Labruyère. Como sugiere el título, se trata de una reseña de todos los eventos del mundo (no sólo contemporáneo) debidos al complot universal de los jesuitas”. Y finaliza el artículo: “No podía faltar en el cuadro el Opus Dei, que controlan los jesuitas a través de los caballeros de Malta. Dejo de lado muchos otros complots. Pero ahora no se pregunten más por qué la gente lee a Dan Brown. Probablemente estén detrás los jesuitas.” Como diríamos en criollo respecto a las brujas, éstas no existen pero: “de que vuelan vuelan”. Veamos ahora algunos hitos en Venezuela.
Los fantasmas del siglo XIX
Retomando el hilo de nuestra conjetura sobre la influencia, principalmente francesa, nos preguntamos: ¿Cómo explicar si no el decreto del 31 de agosto de1848, firmado por José Tadeo Monagas, por el que los jesuitas son declarados perjudiciales a los intereses de la República: “no serán admitidos en ella los extranjeros de ambos sexos pertenecientes a la Compañía de Jesús, cualquiera que sea la denominación que hayan tomado”, cuando ni siquiera los había en Venezuela?.
Lo sorprendente de esta medida, como sabrá el lector, era que desde 1767, cuando Carlos III los expulsó de sus dominios no había ni obras ni miembros de esas orden en el país. Pero en la imaginación de los redactores la paranoia de su infiltración era tal que se ordena a los gobernadores de provincia que dicten “las órdenes convenientes para que se vigile sobre la introducción de los individuos que trata ese decreto en el territorio y se le haga salir como queda dispuesto”. Al respecto en un artículo de la revista Jesuitas, titulado, “O tempora o mores” el autor ironiza sobre el tema preguntándose “por qué eran tan peligrosos los miembros de esta secta”, y él mismo nos aclara cómo un hijo de Maturín, el Dr. Heriberto Gordon, abogado, diputado de la República y tres veces ministro del Gabinete en la última década del siglo XIX, reveló en un discurso de apoteosis de Miranda, los peligros de su eventual regreso:
“Cuando realizada la Reforma, después de cruentos y reñidos combates, la obra magna y trascendental de la secularización del pensamiento y del reinado providente del libre examen, comenzaba la Filosofía su labor titánica y fecunda, es decir, la lucha encarnizada y sin tregua contra la embrutecedora superstición, germen y sustentáculo del envilecedor despotismo, y contra las instituciones adversas al natural desenvolvimiento de la personalidad humana y de todo interés sociológico; y cuando la resuelta mano del enérgico Pombal comprimía por primera vez el erguido cuello de los formidables hijos de Loyola, nació en Caracas, en pleno y duro régimen colonial, Francisco de Miranda…”. (Revista Jesuitas, año 6, nº12, noviembre de 1988).
Pudiera pensarse que este imaginario, marcado por la primera expulsión de Carlos III en el siglo XVIII, y sostenido por la intelectualidad política en el XIX, estaría en declive casi dos siglos después, sobre todo a partir de la restauración, y más tarde con su regreso a Venezuela en 1916. Pero la realidad fue otra. En abril de 1925, Mons. Felipe Rincón González salió en defensa de los jesuitas con un folleto de doce páginas para responder a los ataques antijesuíticos. Acusa directamente como culpable de los infundios al periódico El Heraldo, “diario caraqueño enemigo sistemático de los jesuitas”, agregando que se hace eco del cúmulo de calumnias difundidas por protestantes, jansenistas e impíos; apunta el dedo hacia Antonio J. Calcaño Herrera, Director de El Heraldo y también responsabiliza personalmente de la campaña difamatoria a Nicomedes Zuloaga, autor de una publicación titulada “Bibliografía y otros asuntos”. En estos escritos se califica a la Compañía de “diabólica organización”, y a los jesuitas se les acusa de “ocultos y tenebrosos manejos” y de ser responsables de “socavar los fundamentos del Estado con teorías alambicadas”. (Revista Jesuitas, año 7, nº13-14, noviembre de 1989).
No todos son detractores de la labor de los jesuitas. En su Resumen de la Historia de Venezuela (1841), publicado en tres tomos, José María Baralt ofrece una visión balanceada sobre la acción de los jesuitas en la colonia y particularmente en Venezuela, al valorar su comportamiento:
“Los mismos que escribieron tan mal de los frailes, bien deben a los jesuitas el honor que algunos quisieron (…) Ellos comprendieron que el trabajo es sobre la tierra el destino del hombre; cultivaron sus conocimientos con vastos y profundos estudios, y viajaron útilmente por todos los países conocidos, llevando a todas partes hermanados, como deben estarlo de siempre, las luces de la religión y de la ciencia” (Baralt, 1841: p. 28).
Y, en su conclusión señala que es justo añadir que en sus funciones como misioneros se distinguieron como los franciscanos por la “defensa de los pobres indígenas” y “por una conducta ejemplar y laboriosa”.
Cambios en el siglo XX
La impronta jesuítica en la vida venezolana del siglo XX a través de su presencia en el Seminario Interdiocesano, en las Parroquias eclesiásticas, y sobre todo, en la educación incidirán en un cambio en el imaginario de las élites y progresivamente de los ciudadanos. Sin desdeñar otras obras, sin duda, el Colegio San Ignacio, la Universidad Católica Andrés Bello y la Fundación Fe y Alegría, han contribuido a ese cambio mental a través de la opinión pública y sobre todo de la formación de un ingente ejército civil, que ha contribuido a la construcción de la Venezuela contemporánea.
En este sentido también es de destacar la labor defensiva de las publicaciones católicas, entre ellas el diario La Religión, y principalmente la apuesta propositiva de la Revista SIC, que nació con una vocación clara de orientación católica contando con un respetable elenco de colaboradores laicos cada vez con una visión menos clerical, más abierta y plural sobre el país.
No faltan incidentes políticos de confrontación de los jesuitas con el gobierno, especialmente, en el área educativa, durante el trienio adeco y más tarde en la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, con un saldo confuso, pues incluso personajes como el P. Pedro Pablo Barnola, opositor del gobierno de Rómulo Gallegos, posteriormente fue apresado durante el perezjimenismo.
La consolidación de la democracia a partir de los años 60 y la expansión educativa marcan una nueva etapa de entendimiento, que posibilita la acción, incluso mancomunada, de gobierno e instituciones como Fe y Alegría, el Instituto Técnico Jesús Obrero y otras obras sociales.
Sin embargo, el viraje de los jesuitas a finales de los sesenta, después de la Conferencia de Medellín, y el auge de la teología de la liberación, revuelve de nuevo las aguas dentro y fuera de la Iglesia. De intelectuales calificados y buenos educadores, comienzan a ser sospechosos de simpatías marxistas y quinta columnistas del comunismo internacional.
Un trabajo realizado sobre la imagen de los jesuitas entre 1979 y 1981 en la prensa nacional venezolana, influida notablemente por las agencias norteamericanas, concluye que los estereotipos sobre los jesuitas son de carácter peligroso: “progresistas, izquierdistas, traidores, religiosos rebeldes, divisionistas, guerrilleros, cabezas calientes; se alían a los asesinos, a la iglesia de los pobres o iglesia popular, a los teólogos de la liberación; y apoyan a la subversión continental” (Revista Jesuitas, Nº 3, enero, 1984).
En ciertos medios periodísticos, más bien izquierdistas, el saldo es inversamente positivo , incluso hasta la exageración, pues no solamente elogian su compromiso por el cambio social, sino que hacen creer que cualquier clérigo comprometido es jesuita. Así al teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, al poeta nicaragüense P. Ernesto Cardenal –no su hermano Fernando s.j.-, al sacerdote venezolano Juan Vives Suriá, entre otros, se les atribuye erróneamente la pertenencia a la orden.
La polarización política de estos últimos años no parece haber hecho mucha mella en la percepción de los venezolanos, ya que ambas posiciones políticas cuentan con simpatizantes jesuitas, hecho que para unos refleja la fractura de la misma población que atraviesa a los jesuitas en cuanto ciudadanos y que para otros, más malintencionados, sería indicio de la recurrente ambigüedad de la institución al jugar a la vez con Dios y el diablo.
Jesús María Aguirre