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El éxito de una sociedad, de un país, de una nación, puede ser medido con dos indicadores tremendamente elocuentes y sensibles: cómo recibe a sus niños pequeños y cómo atiende a sus ancianos. Es decir, de qué forma se ocupa de los extremos más frágiles de la población.
Solíamos pensar y sostener que Venezuela era un país de gente joven, sin embargo hoy son muchos los que se han ido en busca de oportunidades fuera de las fronteras, y esta emigración nos ha convertido en una nación evidentemente envejecida. ¿Y es esto de por sí malo? ¿Puede un país dejar de salir adelante por tener población anciana?
“Si queréis leer o escuchar historias de países extranjeros, encontraréis grandes estados arruinados por sus dirigentes jóvenes. Pero estos mismos estados fueron regenerados y sustentados por dirigentes ancianos”. Con esta frase Cicerón dejaba en claro el papel protagónico que la senectud tiene en las situaciones verdaderamente importantes de la vida de los países.
Sin duda alguna el ímpetu, la audacia y la euforia son necesarios como fuerzas motivadoras y movilizadoras de los procesos sociales, pero igualmente la experiencia sosegada, los errores aprendidos y la visión a la distancia de los hombres y las mujeres mayores otorgan y traen consigo aportes claves y fundamentales para hacer las cosas bien. Es ese el valor de la vejez.
La voz sensata del papa Francisco lo repite con atinada insistencia: “… déjense iluminar por los consejos y el testimonio de los ancianos”. Esto debemos entenderlo todos, de manera especial en Venezuela. Para dejarnos iluminar por ellos, es necesario primero que nuestros viejos vivan
bien y dignamente. En un país donde los servicios hospitalarios son tan deficientes, donde la inflación hace que las pensiones se vuelvan sal y agua, es muy difícil para este sector de la población que la dura situación no los arrolle. Lo dicen los expertos, “… la seguridad social de
la población mayor no es sólo una pensión, sino que además debería incluir el acceso a medicinas, atención médica y recreación”1 . Desde hace mucho tiempo en Venezuela esto no ocurre, es una deuda pendiente de larguísima data.
Nuestros ancianos han tenido que reducir sus porciones de comida diaria, restringir el consumo de ciertos alimentos, dejar de adquirir insumos, medicinas, ropas nuevas. Se van poco a poco pauperizando hasta llegar algunos a alarmantes e inhumanos niveles de cuasi indigencia.
Visto así, el valor de la vejez trae un reto doble para nuestro país. Por un lado, exige de las autoridades competentes e instituciones responsables en particular, y de todos los ciudadanos en general, el reconocimiento de los adultos mayores en su especial situación de fragilidad, y la atención digna y respetuosa que merecen. Pero al mismo tiempo, exige de los ancianos en este momento aciago que vivimos en Venezuela que alcen su voz, compartan su experiencia y se sumen a la causa de la urgente reconstrucción nacional.
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