Ocho pasos para cultivar la democracia
El hombre no se realiza desde lo que el poder dictamina, sino desde su vida en común con los otros. De allí que la cultura de la democracia deba abarcar todas las áreas, incluso las esferas de la economía y la política, que son las más duras
El presupuesto de lo que diremos es que la democracia política no es posible, si no se cultiva asiduamente la cultura de la democracia en todos los campos de la vida, desde la relación de pareja y la vida familiar, hasta las amistades, las relaciones de trabajo y el modo de estructurarse y funcionar las distintas asociaciones, organizaciones y grupos que creamos libremente.
Ahora bien, no florecerá la cultura de la democracia, si no abrigamos la pretensión de constituirnos en auténticos sujetos humanos. Si nos atenemos a la condición de miembros de conjuntos, viviendo según las pautas establecidas en ellos, y recibiendo de ellos tanto las posibilidades como las limitaciones, si nos negamos a actuar como sujetos responsables y libres, no podremos interactuar democráticamente, ya que no vivimos desde nosotros mismos sino conductualmente, es decir, a partir de las pautas emanadas desde el poder, sea económico o político. Así pues, el sujeto es el elemento base del que tiene que partir todo.
Se trata de sacar afuera lo que tiene respecto de lo que se trata o respecto de lo que él quiere plantear. No expresarse es ejercer violencia sobre el grupo, ya que el que se retrae está negando a los demás no sólo su aporte sino su condición de miembro personalizado del grupo. Si lo que concierne a todos debe ser discutido por todos, el que se niega a participar se está excluyendo como sujeto; pero, al permanecer en el grupo, está, por lo que al asunto concierne, desde fuera, es decir no comprometido con lo que se decida. Criticar luego, si algo salió mal, es una tremenda deslealtad.
Hoy no pocas personas viven de manera más bien conductista, sin preguntarse el por qué de las cosas que suceden a su alrededor y en las que muchas veces están de un modo u otro implicadas, y sin hacerse conscientes de las propias posiciones y por lo tanto sin hacer el esfuerzo de sopesarlas y fundamentarlas. Por eso es imprescindible el esfuerzo inicial de decidirse a decir lo que ven y sienten, porque sólo este ejercicio asiduo, irá sembrando el hábito reflexivo. Expresarse es, además, el grado mínimo de pertenencia al grupo. Es un ejercicio elemental de confianza, tanto en sí mismas como en el grupo.
Si en el punto concreto que se debate alguien no tiene nada que aportar, lo debe manifestar, aunque normalmente podrá decir con qué está más de acuerdo de lo que los demás han ido diciendo.
La actitud que se cultiva en este primer paso es la de poner en común los propios haberes, la de no reservarlos como una ventaja sobre los demás. Quien pone en común lo propio manifiesta que vive vuelto hacia ellos, abierto a ellos, con una respectividad positiva, poniendo la propia alegría en el bien de ellos, mediante la donación de lo que tiene, puede, sabe, vale y es.
El segundo paso es escuchar lo que dicen los demás
Escuchar no es simplemente oír y ni siquiera registrar lo que se va diciendo. Es oír haciéndose cargo de lo que va diciendo cada uno.
En la cultura postmoderna hay una cierta propensión a expresarse, como un ejercicio de narcisismo; pero, una vez dicho lo suyo, se tiende a desentenderse. Cuando pasa eso, todo se reduce a una serie de monólogos.
No es tan fácil escuchar, porque exige salir del propio horizonte individual y abrirse a la perspectiva de las demás personas; es decir, exige que yo no esté juzgando automáticamente lo que digan los demás respecto de mi propia postura, tenida implícitamente como paradigma, sino que me abra a la de ellos, tratando de hacerme cargo de lo que quieren decir. Esto implica distinguir entre mi horizonte y el suyo, y escuchar desde su horizonte y no desde el mío.
La actitud que se cultiva en este segundo paso es el descentramiento, el ponerse en el lugar del otro, el renunciar a constituirse como el centro del mundo, la alegría de salir a otros mundos, de hacerse cargo de su modo de ver las cosas, de darles lugar en mi mundo. Escuchar personalmente es un ejercicio de fe, ya que consiste en no atenerme respecto de los demás a lo que yo observo de ellos sino también y sobre todo a lo que ellos dicen de sí o desde sí.
El tercer paso es el diálogo
Consiste en manifestar lo que se considera más oportuno de lo que se ha dicho y las coincidencias más significativas; así como en preguntarse mutuamente sobre lo dicho por cada uno, intentando aclarar lo que no se ve o manifestando lo que no se comparte. Esta reacción ante lo dicho comprende tres armónicos principales: lo que resuena, es decir lo que suena bien, porque saca a luz algo que uno llevaba en lo más genuino de su ser sin haberlo nunca expresado del todo; lo que disuena, porque contradice a algo que uno daba por asentado; y lo que no suena, o sea algo en lo que uno no había pensado y que se le da para pensar.
Este tercer paso es crucial, ya que dialogar, exponiéndose cada uno al manifestar lo que uno siente sobre lo dicho por los demás, poder preguntar para aprender y ser capaces también de disentir como compañeros, sin que en ello haya ninguna acrimonia personal, es una muestra elemental del respeto que se debe a cada uno y al grupo.
La actitud que se cultiva en este tercer paso es el diálogo en el sentido más literal y cabal de la palabra, ya que la palabra es el vehículo que va y viene entre unos y otros, la palabra razonable, portadora de sentido, inquisitiva y crítica, pero también sabedora de su limitación, la palabra abierta, incompleta, en busca de otras razones y palabras, en busca sobre todo de una verdad más cabal, la palabra que busca entender el asunto que se trae entre manos y entenderse entre sí los copartícipes.
El cuarto paso es el de buscar una postura del grupo
Si se dieron los pasos anteriores, cada uno tiene los insumos suficientes para tratar de hilar un discurso, una toma de posición o una propuesta, que sean del grupo. Podrá partirse de una o varias de las formulaciones o se la construirá tratando de articular las ideas e incluso las palabras claves que se han ido expresando, buscando consensos.
Lo fundamental en este paso es que cada uno piense, no como el individuo que es sino que se asuma como un miembro del grupo, eso sí, un miembro personalizado. Si cada quien está en esa tesitura, y no en la de buscar hacer prevalecer lo propio, no será tan difícil hallar formulaciones del colectivo.
La actitud que se ejercita en este cuarto paso es el paso de cada yo al nosotros, un nosotros en el que los yos se pierden y a la vez se encuentran. Se pierden en cuanto diferenciación de los demás y en cuanto que el todo es realmente diverso a la sumatoria de las partes. Se ganan en cuanto que el nosotros sigue siendo primera persona y primera persona incluyente porque es plural. Y es en verdad plural, si se ha intentado sincera y sagazmente integrar al máximo los aportes de cada quien en el conjunto, aunque sea trasformados. Podríamos decir que el nosotros resultante es realmente plural, si éste es, en verdad, el cuarto paso, es decir, si se han observado los anteriores. Entonces lo que resulta es un cuerpo social personalizado.
El quinto paso es encargarse cada quien de un aspecto de lo decidido
Si no se da este paso es porque los integrantes del grupo estaban en él como meros expertos, es decir desempeñando un papel del que obtienen, piensan ellos, cierta relevancia, pero no comprometiéndose personalmente.
Hay que reconocer que en los más diversos niveles de la vida social existe la propensión ambiental a descargarse en algunos, a darse por satisfechos con la participación en la obtención de los acuerdos y en su posterior celebración, pero desentendiéndose en el proceso de su ejecución, que por eso resulta frecuentemente demasiado laborioso y desgastante para los que lo asumen. Hay, pues, en este punto mucho que avanzar en nuestro medio.
Es muy significativo de que se han dado los pasos anteriores, el que personas cuyas propuestas no fueron acogidas puedan encargarse de lo que se decidió, como si lo hubieran propuesto ellas, ya que son las propuestas del cuerpo social al que pertenecen.
La actitud que se ejercita en este paso es la responsabilidad. Llevar a cabo personalmente lo decidido por el conjunto es el ejercicio de la responsabilidad asumida. Es vivir con una libertad liberada capaz de sustentar la acción de uno en cualquier estado de ánimo. Es hacer verdad esa condición de nosotros que se puso a funcionar en los pasos anteriores.
Desentenderse del compromiso adquirido indica una fijación en la adolescencia, una falta de madurez, negarse a ejercer la condición de adulto con las responsabilidades anejas, con la fidelidad a la palabra dada, al compromiso adquirido.
El sexto paso es la evaluación conjunta
Es obvio que lo que se decidió entre todos, lo evalúen todos. Quien evalúa se considera y es considerado responsable de lo que se trae entre manos. Incluso, digamos, responsable último. Por eso la evaluación conjunta es el signo más fehaciente de que todos los que han participado en el asunto lo han hecho como sujetos de él. O, dicho de otra manera, que el nosotros que proyectó y ejecutó está integrado por todos los miembros del grupo.
Pero hay que reconocer que entre nosotros existe una tendencia a que la evaluación deliberativa la realice sólo un cogollo. Para los demás sólo cabe la evaluación informal, la lluvia de ideas sin ningún efecto tangible. En este caso sólo los evaluadores son los verdaderos sujetos del proyecto; los demás serían sólo colaboradores suyos. Así pues, el que todos los implicados evalúen la marcha de lo que llevan entre todos, es una prueba fehaciente de que se practica la cultura de la democracia.
La actitud que se ejercita en este paso es la conciencia crítica guiada por los objetivos propuestos. Se reafirma la trascendencia de la misión del grupo, y se relativiza el propio obrar, tanto como persona como en cuanto grupo. Habrá verdadera evaluación, si el quehacer no ha sido un ejercicio de realización personalista e institucionalista, o si la determinación de realizar la misión del grupo en cuanto magnitud trascendente es más profunda que el afán de autoafirmarse o de quedar bien.
En cuanto los miembros se afinquen en esa actitud trascendente, no les importará que les critiquen, porque lo que buscan es entregarse eficazmente a la misión, que es la razón de ser del grupo, y que, por tanto, une a sus miembros.
El séptimo paso es el procesamiento de conflictos
Puesto que somos humanos, es normal que surjan conflictos y no deberían verse como una anomalía de la que se debe salir a como dé lugar. Los conflictos deben procesarse conforme a los pasos que hemos indicado: cada parte debe expresarse con toda libertad y sin que le quede nada por dentro, y para eso hay que crear el clima adecuado; las partes deben escucharse entre sí, y para lograrlo es crucial el papel de los demás miembros del grupo, que tienen que escuchar a ambos queriendo el bien de cada uno, y queriendo, no menos, que aflore lo más genuino de la realidad. Los miembros del grupo más aceptos para las partes son los que tienen que decir a cada una lo que les parece de su postura con toda lealtad y por tanto lo que tendría que cambiar y ceder cada uno.
El que tiene la impresión de que ha procedido mal o se ha equivocado, debe sentir también de parte del grupo que se lo acepta personalmente y que el modo de procesar el conflicto se debe precisamente a lo mucho que se lo aprecia y a la confianza que tienen en su capacidad de superación.
Hay que reconocer que en la cultura ambiental tenemos una especial dificultad en procesar los conflictos. En general tendemos a callarnos lo que sentimos que no es correcto, hasta que no podemos más y explotamos y rompemos con el grupo o luchamos porque la otra parte salga de él. Ya expresamos en el tercer paso que no nos resulta fácil hacer observaciones a los demás, ni a los que consideramos amigos, porque pensamos erradamente que es un acto de deslealtad para con ellos y más en el fondo porque tememos que se enfríe la relación, ni a los que no nos caen bien, porque tememos que aflore nuestra animosidad y los otros se resientan. Por eso solemos decirnos y decir a los demás: “vamos a dejar las cosas de ese tamaño”. Hay una fragilidad personal que sólo se puede superar en el ejercicio responsable del procesamiento de conflictos. Si para nosotros lo último, que se posterga una y otra vez, es enfrentar los problemas, nunca llegaremos a ser adultos como individuos ni como sociedad.
La primera actitud que debe cultivarse para que sea posible superar positivamente los conflictos es el amor indeclinable a cada persona implicada, en el sentido preciso de buscar su bien en cada paso del proceso. La segunda es comprender que la verdad libera, aunque duela. El tercero es que cuando situaciones que se presentan como dilemáticas pueden componerse, hay que hacerlo ver y caminar en esa dirección, ayudando a cada parte a superar su postura excluyente.
Cuando sean dilemáticas, hay que hacer ver que, si hay que decidir, optar por una de las dos no implica descalificar a la persona que defiende la que se ha desechado y ni siquiera decir que su propuesta no vale. Sólo que la mayoría ve preferible la otra y que, al ponerla por obra, se verá si se estaba en lo cierto, y que hay la propensión a rectificar, si lo acordado no da el resultado previsto. En este punto la actitud que ha de cultivarse es la de combinar el comprender el asunto y comprender las motivaciones de cada persona, de manera que pueda llegarse a que las partes comprendan más integralmente el punto en cuestión y no menos que puedan llagar a entenderse entre sí.
El octavo paso es la celebración de los logros y más en general de la vida compartida
Este paso no puede faltar ya que es expresión primaria de la salud espiritual y de la calidad humana del cuerpo social. El sujeto de la celebración es el grupo como nosotros personalizado. Por eso la celebración pone al descubierto el estado en que se encuentra el grupo. A la vez que, si se realiza con una dinámica trascendente, ayuda a que el grupo crezca como cuerpo social personalizado.
Si predomina la primera dinámica, como la fiesta se limita a patentizar el verdadero estado del grupo, la celebración puede expresar su carácter jerárquico o la existencia de individualismos o de facciones. Pero también se puede realizar enfatizando la dinámica trascendente, de tal modo que quede fortalecido el carácter democrático, la relación horizontal y mutua desde los dones de cada uno, y sobre todo que quede expresado simbólicamente el horizonte trascendente hacia el que tiende el grupo y que lo unifica. Cuando se tiene en cuenta todo esto, la celebración es un momento privilegiado de comunión personalizadora.
Hay que tener en cuenta que la fiesta por su carácter desinhibido pone al descubierto lo que en la cotidianidad pasa desapercibido, pero también, si se tiene esta actitud comunional, se puede procesar superadoramente.
Hay que reconocer que la capacidad celebrativa es un punto fuerte en nuestro ambiente, sobre todo en los medios populares, y que por eso hay que actuarla de la manera más dinámica y trascendente posible.
La actitud que ha de cultivarse en este punto es la de comunión conjunta con todos los implicados y con la meta que los une y vivifica. Lo que se celebra en el fondo es la presencia de la trascendencia en la historia, la presencia de lo definitivo en lo que va fluyendo. Se sabe que los logros son siempre limitados, pero en ellos se expresa algo de la fraternidad trascendente, y los convocados se van encontrado hermanos, en medio de tantas limitaciones y desencuentros.
Esa entrega a la gracia de la fiesta que acontece, expresa la docilidad fundamental a lo que de santo late en la vida histórica. Esta salida de sí confiada para encontrarse en ese anticipo de la trascendencia es la actitud que hay que cultivar para participar de la gracia de la fiesta.
Pedro Trigo s.j.*
* Miembro del Consejo de Redacción.