Las tierras que hoy constituyen el territorio de Venezuela, si bien fueron las primeras tierras continentales de América descubiertas por Europa, pasaron muy pronto a ser relegadas por la administración española. Las riquezas culturales y mineras de México y Perú desviaron lógicamente el ímpetu conquistador.
Las bocas del río Orinoco fueron ya contempladas por Colón en la hora auroral del descubrimiento. Habiendo sido penetrado en profundidad entre los años 1516 y 1535, este gran coloso fluvial volvió a mantenerse escondido e inexplorado por mucho tiempo.
José Gumilla, un Jesuita nacido en Cárcer (Valencia, España) el 3 de mayo de 1686, y muerto en las Misiones del Orinoco el 16 de julio de 1750, con su vida, con su obra escrita y con el interés y entusiasmo que suscitó hacia el conocimiento y dominio del gran río, se constituyó en el descubridor intelectual del Orinoco. Al revelarlo al mundo europeo con la publicación de su libro El Orinoco Ilustrado e 1741, hizo volver los ojos hacia nuestra nación venezolana, y en este sentido presentó a Venezuela ante el mundo científico de Europa. Vocero profético de las grandes reservas naturales que llevan existencia parasitaria en las selvas de la Orinoquia, apeló audazmente a la responsabilidad de la Corte Española ante el estancamiento de esas energías vitales.
La obra de Gumilla representa, cronológicamente, el primer descubrimiento científico del misterioso Orinoco. Ideológicamente viene a ser una proyección nueva del espíritu social jesuítico, iniciado en la Nueva Granada, por los Padres Alfonso Sandoval y Pedro Claver, y respaldado por la tradición de la Universidad Javeriana (Bogotá). Políticamente, sus ideas geográficas, aunque erróneas, ejercieron un gran influjo en el Tratado de Límites de 1750. Y en el campo de la geografía humana, sus ideas inmigracionistas le acreditan como uno de los precursores anónimos de la sociología americana que tanta importancia está dando hoy a la inmigración. Las cuatro ediciones de El Orinoco Ilustrado en su primer cincuentenario, dan fe de la presencia orinoquense y, a la vez, del compromiso planteado al pensante mundo europeo por una problemática nueva.
Gumilla, finalmente, según parecen demostrar algunos autores, debió ser el que introdujo el café en Venezuela, que luego pasó a Colombia a través de las misiones jesuíticas.
Resulta llamativo que la historia de los grandes ríos americanos esté vinculada a los Jesuitas en los siglos de la dominación colonial. Se podría pensar que una pertinaz coincidencia haya atraído el interés intelectual de los Jesuitas a esas grandes corrientes fluviales. Pero hay evidencia de que detrás de esa búsqueda estaba el sueño de vertebrar una unión jesuítico-misionera desde el Plata hasta el Orinoco. Tal visión, aún hoy soñada o sólo barruntada como posible, tenía que aparecer más tractiva a los hombres pensantes que se adentraban por los grandes ríos del Nuevo Mundo.
Coincidencia o visión geográfica intercomunicadora, el hecho está ahí resaltante y elocuente. Las grandes regiones de los ríos del Sur: Paraguay, Plata y Paraná, fueron los testigos de la penetración audaz de las célebres Reducciones Jesuíticas del Paraguay, que se ubicaron en territorios que hoy son de Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Nadie como los Jesuitas coloniales conoció mejor el secreto embrujo de esos ríos inmensos. Nadie como ellos supo usarlos mejor en su doble condición de caminos navegables y de barreras protectoras de los indígenas ante la codicia del conquistador.
El coloso del Amazonas, descubierto y navegado desde los inicios de la conquista, permaneció inédito para el mundo cultural hasta que el Padre Cristóbal de Acuña S.J. publicó la primera descripción literaria del Amazonas en 1641, aprovechándose de las que habían dejado manuscritas sus hermanos de Oren, Alonso de Rojas y Luis Figueira. En América del Norte, el Jesuita Francés Jacques Marquette fue no sólo el explorador y descubridor del Mississipi y la Luisiana, sino que, como fruto de su audaz penetración, publicó ya su obra para 1681.
Nuestro Padre Orinoco fue penetrado por los Jesuitas desde el Este y el Oeste. Unos y otros Jesuitas lo visitaron en afán misionero, después de las penetraciones de Diego de Ordaz y de Antonio de Berrío. Sin embargo, no fue abierto hasta el siglo XVIII como río “Ilustrado y defendido”. El Padre Gumilla había pasado treinta y cinco años de su vida entre los misterios de la selva del Orinoco, con su fauna y flora maravillosa. Así pudo acumular una inmensa cantidad de material americanista en páginas escritas con un gracejo especial que se mantiene a lo largo de todo el relato. El éxito de El Orinoco Ilustrado fue tal que, publicado en 1741, se tiene que efectuar en 1745 una segunda edición revisada y aumentada por su propio autor, bajo el título corregido de El Orinoco Ilustrado y Defendido…
Pocos libros como éste han alcanzado una resonancia tan amplia como para abrir los ojos a Europa ante la formidable arteria fluvial de nuestro Padre Orinoco. El libro tuvo un indudable efecto sobre los más diversos campos de la cultura en la Europa del setecientos. Aunque posteriormente se le acusara de excesivamente crédulo y perdiera estimación ante los científicos, en tiempos recientes el prestigio y actualidad del libro de Gumilla se ha recuperado de forma asombrosa.
Pero, además, el libro de Gumilla es un testigo de excepción en la reivindicación y defensa del territorio guayanés. El profesor español Demetrio Ramos ha ido más allá al afirmar que Gumilla fue el primero que pensó en la defensa del Orinoco y el primero en exigir un esfuerzo serio para abrir las maravillosas tierras de Guayana. Así viene a ser Gumilla el Heraldo de los desarrollos actuales.
Si Gumilla ha sido calificado como el descubridor intelectual del Orinoco, debería ser también calificado como uno de sus más grandes defensores y propagandistas. Más aún, como uno de los precursores de la venezolanización del Orinoco. En el tiempo en que Gumilla escribía su obra, la Provincia jesuítica de Guayana pertenecía al Nuevo Reino de Granada. Por razones geográficas y por dialéctica comunicacional, Gumilla exigía una vez más lo que los Jesuitas venían visualizando desde el siglo XVII. Ya para 1665, el genial Padre Antonio Monteverde había propuesto que se considerara a la Orinoquia como un organismo unitario que tuviera su centro en Santo Tomé de Guayana, con el debido apoyo de una residencia en la isla entonces hispana de Trinidad.
Con esta idea se pretendía evitar el disparate geográfico y de transporte que suponía la dependencia de esta región por arte de Bogotá. Los Jesuitas que venían de Europa a las Misiones del Orinoco estaban ligados a desembarcar en Cartagena, remontar luego por el Magdalena hasta la sabana de Bogotá y desde allí penetrar por la vía de Tunja y los Llanos hasta el Meta y el Orinoco.
Desgraciadamente, este proceso no pudo ser llevado a cabo por los Jesuitas. Su expulsión por Carlos III de los dominios españoles y la posterior supresión papal de la Orden lo hicieron irrealizable. Más tarde lo emprenderían las fuerzas geopolíticas que condujeron a la fundación de la Capitanía General de Venezuela en 1777.
Por Hermann González, s.j.